“Yo aquí vengo a trabajar. Mi época favorita es el otoño y el invierno, y casi no veo a nadie. No quiero saber nada de los Hamptons en verano. No entiendo a esos escritores que aparecen con el calor y salen casi todas las noches. Su trabajo, en términos de calidad, no puede estar yendo muy lejos”, dijo alguna vez el escritor Truman Capote ante la creciente —y, para él, muy molesta— gentrificación que se vivía alrededor de su refugio campirano en uno de los códigos postales más caros del mundo.
Pensar en los Hamptons, esa selecta zona de Long Island donde los neoyorquinos ricos y famosos suelen veranear, nos lleva de inmediato a imágenes de juegos de polo, partidas de tenis o golf, a cocteles, sombreros, gafas de sol gigantes y casonas ídem cerca de la bahía, diseñadas —pareciera— con la única misión de alojar grandes fiestas, esas que Capote criticaba, pero a las que amaba asistir. Inevitable pensar también en Jay Gatsby, el fantástico protagonista que da nombre a una de las novelas más famosas de F. Scott Fitzgerald: El gran Gatsby, obra literaria de referencia cuando se habla del imaginario del lujo americano en los “locos años 20” del siglo pasado, a los que ahora nos lleva Baume & Mercier.
De vuelta a la década de la locura
Entre 1923 y 1929, Estados Unidos vivió una época de gran expansión económica hasta la llegada del Jueves Negro, el 24 de octubre de 1929, día que se identifica como el inicio de la Gran Depresión y, por ende, el final de la “locura” que había dominado la década. Eran también los años de la Prohibición, esa ley seca a la que le seguimos debiendo los speakeasys, bares secretos que hasta hoy se mantienen como los favoritos de quienes aprecian la buena mixología. Y estaban también las artes: el art déco en plenitud. Un movimiento que permeó la arquitectura, la moda, la pintura, el cine y el diseño en general.
Los grandes rascacielos como el Chrysler y el Empire State, se levantaron del subsuelo neyorquino con su influencia de la Bauhaus, del cubismo y el constructivismo. Esas formas sólidas, futuristas, elegantes, modernas e íntimamente ligadas al lujo burgués, impregnan ahora los ángulos y curvas de los nuevos Hampton que estrenan siluetas con proporciones más balanceadas, que les dan a las piezas un aspecto más fluido pese a su solidez metálica. La influencia de la arquitectura resulta evidente en los relieves, en los colores utilizados y hasta en los materiales: acero, rodio, opalina y diamantes y madreperla (en uno de sus modelos femeninos) y se sujetan ya sea con brazaletes de acero, como las cajas, o con correas de piel de becerro o aligátor.
Hay un Hampton para todos
La colección consta de ocho modelos; cinco de ellos femeninos con movimiento de cuarzo y tres más masculinos (aunque en realidad sientan bien a todos) de movimiento automático. El Automatic cuenta con el calibre ETA 2671, el Automatic Small Seconds/Date tiene un ETA 2895 y el Automatic Big Date/Dual Time lleva un Soprod TT651. Este último es el modelo más complejo de una colección que, en los atípicos años 20 de nuestro siglo, nos recuerda, con su función día y noche, que después de los momentos más oscuros, el sol sale de nuevo. —Mónica Isabel Pérez
Ficha técnica
Caja de acero.
Femeninos: Movimiento de cuarzo, 35 x 22.2 mm
Automatic: Cal. ETA 2671, 45 X 27.5 mm, reserva de marcha de 38 h
Automatic Small Seconds/Date: Cal. ETA 2895, reserva de marcha de 42 h
Automatic Big Date/Dual Time: Cal. Soprod TT651, reserva de marcha de 42 h
Los precios van de los 1,300 a los 3,650 francos suizos.