Bernhard Lederer, el genial relojero alemán que ha creado la firma que lleva su nombre, nos atiende por ordenador y nos revela un feliz coincidencia: mañana cumplirá 25 años desde que instaló en Suiza. “Fue por amor. Eva, mi mujer por entonces era estudiante en Neuchâtel. Así que tomé la decisión por amor, aunque también era una oportunidad laboral para mí”. Lederer tenía por entonces un taller en Aschaffenburg, un pequeña ciudad cerca de Fráncfort.
“Mudarnos a Neuchâtel me brindaba la ocasión de vivir con Eva, pero también tener mucho más cerca los principales proveedores de relojería. En aquella época dependía de ellos para fabricar mis componentes y vivir lejos de ellos no es bueno cuando tienes algún problema de entregas. Les llamaba y te preguntaban qué ocurría y yo les respondía que llevaba semanas esperando unos tornillos. Me daban largas y el tiempo seguía pasando. De vivir a 20 minutos, me hubiera acercado y gritado para que me solucionasen el problema, pero era un pequeño cliente que vivía muy lejos, sin fuerza alguna. Así que sí, fueron varios los motivos que me llevaron a mudarme a Suiza.
¿Fue fácil para un relojero extranjero de habla alemana entrar en una industria de habla francesa?
Sin duda fue un reto. Sin embargo, la artesanía habla un lenguaje universal. Cuando tu trabajo es constante, las puertas siempre se abren, incluso si necesitas un poco más de perseverancia al principio.
¿Cómo recuerda sus años de estudiante de relojería? ¿Alguna vez se imaginó que la industria alcanzaría el éxito actual?
Los recuerdo como una época de pasión y curiosidad. La relojería era completamente diferente, menos globalizada. Estaba centrado en el aprendizaje del oficio, sin imaginarme lo grande e influyente que la relojería de autor y la Alta Relojería acabarían siendo. En realidad, estaba más ocupado buscando la excelencia de mi trabajo que prediciendo la evolución de la industria.
En cualquier caso, no eran buenos momentos para el negocio.
No, eran muy complicados, especialmente cuando acabé mis estudios y me puse a buscar trabajo. Había muy pocos y los existentes tenían un salario miserable. Cuando finalmente encontré uno, fui a casa de mis padres, donde me lamentaba de lo poco que ganaba y que no podía permitirme pagarme unas vacaciones. Mi padre me preguntó por qué quería descansar si realmente yo no tenía un trabajo, porque estaba haciendo lo que me apasionaba. Y no le faltaba razón, la relojería era lo único que quería hacer. Al final, mi vida se ha guiado por estos dos amores: mi mujer Eva y la relojería.
La carrera de Bernhard Lederer se ha apoyado en dos pilares fundamentales: su trabajo de consulta externa y producción para otras firmas, y sus propias creaciones. “Para mí siempre ha sido una cuestión de equilibrio”, nos responde Lederer. “Cuando me establecí en Neuchâtel comenzamos una nueva etapa creativa con BLU, que son las siglas Bernard Lederer Uhrenmacher. Y fue un momento muy bonito porque me encantaba hacer relojes que no fueran tan tradicionales mostrando con la agujas de las horas y los minutos, sino un poco más lúdicos. Mostrando el tiempo, un poco jugando y dando emociones a la visualización del tiempo”.
¿Hasta cuándo duró el proyecto de BLU?
Comenzamos en el 2000, según llegamos a Neuchâtel y acabó en 2009, con la crisis mundial. Justo en este momento, tuvimos una solicitud para desarrollar ciertos calibres para un proyecto muy interesante. Y así, la empresa tuvo que cerrarse debido a todos los pedidos que teníamos pendientes. Por suerte, en aquel entonces alguien del sector nos pidió que desarrolláramos sus movimientos. Fue una gran oportunidad para nosotros, porque estábamos en una situación muy difícil que coincidió con el nacimiento de nuestra primera hija. Aquella petición fue un golpe de suerte que me permitió seguir trabajando en lo que más me gustaba, que era el desarrollo de movimientos. Comenzamos en 2009 y finalizó en 2014.
Entonces llegó el momento de decidir cuál sería el siguiente paso.
Efectivamente. Una vez repuestos, nos planteamos qué hacer con BLU. Y no fue una decisión fácil decir que no. Porque incluso hoy en día, recibimos correos electrónicos de personas que nos ruegan que recuperemos esos relojes tan icónicos. Hay mucha gente en todo el mundo a quien les encanta lo que hicimos allí entre 2000 y 2009. Y simplemente quieren que sigamos así. Pero decidí que teníamos que seguir evolucionando. Y, por lo tanto, establecimos una empresa MHM, trabajando entonces para grandes marcas internacionales y desarrollando para ellas varios movimientos y características especiales.
¿Se planteó en algún momento dedicarse en exclusiva a trabajar para otras firmas?
Claro que me lo planteé, pero pronto descubrí el problema que planteaba tomar esta decisión. Cuando trabajas para las grandes marcas, tienes que firmar contratos muy largos y estrictos. Y en el primer párrafo te dicen: usted no nos conoce de nada (Risas). Es verdad, siempre van a negar que has trabajado para ellos. Manejan unas cláusulas de confidencialidad muy rigurosas que te hacen invisible. Así que ya no existes de cara al mercado. Entiéndame: el trabajo que hicimos, y aún podemos hacer, en esta categoría es maravilloso, pero no puedo usarlo de cara a la búsqueda de nuevos clientes. No puedes llamar a la puerta de Thierry Stern anunciándote como un gran relojero y ser incapaz de enseñarle alguno de tus mejores trabajos porque están realizados bajo secreto. Así que pensé que era una situación muy extraña. Tenía que hacer algo que fuera mío.
Fue entonces cuando tomaros la decisión de crear Lederer.
Pero la idea vino de antes. Durante muchos años he estado obsesionado con la idea de escape dual independiente que desarrolló George Daniels en su libro. Él decía que era el mejor escape que podía llevar un reloj, pero que las intolerancias eran tan estrictas que nunca sería posible fabricarlos para un reloj de pulsera. Entonces me dije que sería un enorme reto llegar donde nunca pudo George Daniels. Nos tomamos mucho tiempo encontrar la solución. Al principio fue algo muy teórico. Al final, descubrí que el error estaba en desarrollar el escape como si fuera para un movimiento de reloj de bolsillo, con una frecuencia de dos hercios. El siguiente paso fue entonces diseñar un movimiento alrededor del escape, acorde con las medidas de un calibre de pulsera y con una frecuencia de tres hercios. Estoy hablando de 2013. Tuvimos que esperar a 2020 para poder mostrar nuestro producto.
También ha sido la primera vez que aparece su nombre en la carátula de un reloj después de treinta años en el sector. ¿Qué sintió al verlo?
Una sensación extraña. Igual a cuando grabas tu voz. Después te escuchas y dices: Dios mío, ¿esa es mi voz? ¿Realmente así se me escucha? Y a veces todavía es un poco, pero, por supuesto, ahora estoy acostumbrado a ver mi nombre en la carátula. Lleva su tiempo acostumbrarse.
De su trayectoria llama la atención su acercamiento a una relojería muy esencial que huye de la acumulación. No hay tourbillones esféricos, mecanismos con doce complicaciones o más de ochocientos componentes. Todo es muy sencillo y, sin embargo, diferente al resto. ¿A qué se debe esta aproximación a la relojería?
Se lo debo a mi formación. Siempre me he considerado un obseso de la medición del tiempo. Mi interés por la relojería nació de un antiguo reloj de bolsillo de mi abuelo que encontré siendo adolescente. Era muy sencillo, aunque le tenía mucho respeto por ser de la familia. Pero acabé abriéndolo. Soy una persona que sufre la enfermedad de la curiosidad. Después fui a la biblioteca y pedí prestados todos los libros que tenían sobre relojería. Estaba seguro de que si leía un poco, comenzaría a entender el movimiento que llevaba el reloj de mi abuelo. Y entonces fue cuando ocurrió algo que marcaría mi carrera.
¿Qué pasó?
Descubrí un libro titulado Alte Uhren Und Ihre Meister (Los relojes antiguos y sus creadores), escrito por Ernst von Bassermann-Jordan. El autor habla en las primeras páginas de una colección de relojes de bolsillo que tenía en casa, cada uno con un escape diferente, y cómo juega con su hijo a averiguar el escape que lleva cada reloj solo con el sonido que emiten: escape de cronómetro, un escape de cilindro, de leva suiza o un dual. Lo que me cautivó fue el modo en el que autor describía la melodía de aquellos movimientos. Era muy hermosa y romántica, usando palabras que nunca te imaginarías que pudieran relacionarse con la relojería. En ese momento caí enamorado de los escapes.
Y describe la melodía de los diferentes escapes. Tan hermosa, tan romántica. Está usando palabras que normalmente no pondrías en relación con los escapes. Pero él habla de la melodía, de la gran orquesta. Y eso me puso los pelos de punta. Así que se me puso la piel de gallina al leer esto. Aquella descripción me dejó muy impresionado”
¿Qué hizo después?
Me acerqué mucho a esta belleza de los diferentes escapes. Y esto se convirtió en mi gran fascinación. Así que tal vez no sea un relojero. Quizás solo soy un aficionado a los escapes. De hecho, mi gran interés siempre se ha centrado en las reflexiones que los grandes relojeros hicieron sobre la búsqueda del escape perfecto. Piensa que, en aquella época, un reloj preciso era sinónimo de salvar vidas.
¿No suena un poco exagerado?
Para nada. Estamos hablando de los cronómetros marinos, que deben tener un precisión absoluta. Ten en cuenta que, en el ecuador terrestre, una desviación de un segundo supone apartarse de la ruta correcta en 486 metros. Si lo trasladamos a los parámetros actuales del COSC, con una desviación de diez segundos diarios (-4/+6 segundos) y en un viaje de diez días, el desvío puede llegar a alcanzar los 48 kilómetros. Esa distancia es suficiente para perder la trayectoria de una ruta. Te recuerdo que la distancia que se divisa en el horizonte marítima es de ocho kilómetros. Esta imprecisión podía acabar en verdaderos desastres.
Claro, pero todo este problema que estamos hablando se refiere al pasado, cuando los relojes eran los únicos instrumentos de precisión. Hoy en día tenemos GPS e instrumentos electrónicos muy precisos. ¿Qué sentido tiene buscar la perfección en los relojes mecánicos a través de los escapes cuando no son estrictamente necesarios?
Por la misma razón que la gente compra coches que corren a más de 300 km/h cuando el límite en Suiza es de 120 km/h. Hablando en serio, con Lederer queremos ofrecer algo diferente al resto de firmas. Aparte de Omega y su escape Co-Axial, el 99 % de movimientos del mercado llevan el escape suizo. Es igual que si todos los coches del mundo, no importa que sean Lamborghini, BMW o cualquier otra marca, llevaran el mismo motor Mercedes-Benz. ¿Qué hay de divertido en esto?
¿Cree que el escape suizo es una mala solución?
No es mala porque ha demostrado su eficiencia a lo largo de los siglos, pero no es la más perfecta. Su principal problema es su bajísimo rendimiento. El escape suizo derrocha muchísima energía durante su funcionamiento.
¿Qué diferencia hay con el escape Central Impulse Chronometer que usted ha desarrollado?
Nosotros siempre hemos trabajado en busca de la regularidad. Es un término que personalmente encuentro más adecuado en relojería que el de precisión. Sé perfectamente que mis relojes van a funcionar con una desviación de un segundo por día. Esto significa que, en diez días, la desviación será de diez segundos. En medio día, medio segundo. Esto es así. En los relojes de escape suizo, la regularidad depende de la energía, con un volante que comienza a girar muy rápido y que pierde velocidad según la fuerza va agotándose. Por eso se gasta tanto dinero en la certificación de relojes y en comprobar cómo pasado un día o dos, el desvío que ha registrado el reloj. Se apunta esa desviación y se evalúa si es buena o no, pero a nadie le importa cómo ha funcionado el reloj durante ese tiempo.
¿Qué importancia concede a la parte estética de los relojes?
Mucha, y quizás sea la estética la razón por la cual comencé a trabajar con relojes de mesa y de pared. En este tipo de relojes el acabado de los movimientos fue siempre una parte fundamental de la fabricación. No pasaba lo mismo con los relojes de pulsera.
Recuerdo una vez que estaba en mi taller de Alemania arreglando un reloj de mesa de un cliente. A su lado, para controlar su desviación, tenía un reloj similar de prueba. La principal diferencia entre ambos mecanismos era algo tan sencillo como la posición de las hendiduras de los tornillos: en el reloj de cliente todas estaban perfectamente alineadas en vertical según el orden de los puentes. En el otro reloj estaban de manera aleatoria. Pues bien, cuando alguien venía al taller y contemplaba los relojes, encontraba el reloj de mi cliente de una gran belleza, mientras consideraban el mío un reloj de lo más normal. Eran capaces de admirar la perfección estética de la relojería mecánica, pero sin saber que su elección partía de algo tan simple como la alineación de unos tornillos.
¿Qué es para usted un reloj de pulsera estéticamente atractivo?
Cuando la carátula de un reloj te ‘sonríe’. Suena raro, pero es así. Un reloj debe sonreírte cada vez que lo miras. Debe ser claro, sin permitir ningún tipo de duda y debe cumplir su función comunicativa del mejor modo posible.