¿Podría hoy un escritor convocar con éxito a las figuras más importantes del espectáculo, la jet set, la política y la economía globales a un extravagante baile de máscaras neoyorquino que, muchos años después, aún fuera considerado por The New York Times “la mejor fiesta de la historia”? No sé por qué, pero creo que no. Perdón por preguntar.
Y, sin embargo, en el siglo XX existió ese escritor. Se llamaba Truman Capote, y en 2024 se cumplen 100 años de su nacimiento el 30 de septiembre en Nueva Orleans. Con la inmensa celebridad y los más de dos millones de dólares que ganó con su magistral libro A sangre fría (1966), con el que puso en el mapa un género al que bautizó como “novela de no ficción”, Capote organizó el ‘Black and White Ball’ en el Plaza Hotel de Nueva York.
Aquel 28 de noviembre de 1966, a su llamado respondieron unos 500 invitados, tan ricos y famosos todos que elegir un puñado que mencionar parece desalmado con el resto. Pobrecitos. La lista incluyó a Frank Sinatra, Greta Garbo, Andy Warhol, Henry Ford II, Oscar de la Renta, Marlene Dietrich, Tenesse Williams, Lauren Bacall, Mia Farrow y Norman Mailer. Por supuesto, también estuvieron los “cisnes” de Capote, el grupo de socialités con las que fue uña y mugre y a las que luego desplumó revelando sus secretos en “La Côte Basque, 1965”, el adelanto de su novela Plegarias atendidas que publicó Esquire en 1976 por 25,000 dólares. Era la mayor cantidad que la revista había pagado por un texto hasta ese momento.
“Quítese ese reloj tan horrible”
No he podido encontrar una foto del ‘Black and White Ball’ que demuestre si Capote llevaba o no un reloj debajo del esmoquin. Pero si así fue, nadie podría culparme por imaginar que era un Tank de Cartier, el reloj lanzado en 1917. Truman amaba el Tank como se aman las grandes obras nacidas del talento humano, esas que nos hacen sentir mejor con su simple existencia y más vivos si nos las ponemos en la muñeca o las interiorizamos en horas de exultante lectura, como las que regalan los escasos libros de Capote (Otras voces, otros ámbitos, El arpa de hierba, Se oyen las musas, Desayuno en Tiffany’s, Música para camaleones).
Ahí está la anécdota de su reacción durante una entrevista que concedió a principios de la década de 1970, cuando le dijo al periodista: “Quítese ese reloj tan horrible y tome este”. Luego le entregó su Tank y añadió: “Le ruego que lo conserve, yo tengo por lo menos otros siete en casa”.
Siempre he pensado que soy un vagabundo en este planeta, un turista en el Sáhara…
Más allá de ser “la versión años 50 de lo que hoy sería un influencer”, como escribe Leila Guerriero en su estupendo libro La dificultad del fantasma: Truman Capote en la Costa Brava, el autor de A sangre fría fue un alma atormentada y tormentosa, un hombre brillante, polémico y ególatra que murió a la orilla de los 60 años rechazado por muchos que lo adularon en su apoteósica fiesta. Inexplicablemente, cometió un suicidio social que lo llevó a escribir cosas tan maravillosamente tristes como esta: “La felicidad deja muy tenues huellas; son los días negros los que están prolijamente documentados”.
Aquí lo recordamos como el joven genio que conquistó lo profundo y lo superfluo, con un Tank en la muñeca, en una época en que la pluma aún era más poderosa que cualquier espada.