Hubo un tiempo pasado en el que Raketa fue una de las más potentes compañías relojeras del mundo. En su manufactura de Leningrado (hoy San Petersburgo) trabajaban más de 7,000 obreros para una producción anual que superaba los cinco millones de unidades. Era el gran orgullo de la industria relojera soviética junto con Poljot, otro nombre mítico que recordarán muchos coleccionistas. Ambas firmas cumplían el cometido de suministrar los relojes para los millones de habitantes de la extinta Unión Soviética. Un entramado, tan gigantesco como frágil, que comenzó a derrumbarse tras el colapso del régimen soviético y quedó prácticamente arrasado con la crisis económica de los años noventa.
Una situación no muy distinta es la que encontró David Henderson-Stewart la primera vez que llegó a Rusia, hace ahora unos quince años. “El destino me trajo a este país. Antes había estado trabajando como abogado para una gran compañía estadounidense. Me cansé de aquel puesto y respondí a una oferta de trabajo para una gran empresa rusa”. Llegar a este país fue toda una revelación para un joven David.
Amor a primera vista
“Rusia no conoce término medio: la amas o la odias. Yo caí enamorado del país nada más llegué aquí”. Decidido a establecer sus raíces en Moscú, Henderson-Stewart comenzó a buscar un proyecto personal. “De repente descubrí algo muy curioso. Mis amigos que venían a visitarme siempre me preguntaban dónde comprar antiguos relojes soviéticos”.
David nos cuenta la razón de tan curiosa petición. “Rusia es un país lleno de vida y con una enorme cultura. Hay mil sitios que ver y disfrutar. Sin embargo, el turista que nos visita pronto descubre que hay muy pocas cosas que llevarse a su país como recuerdo: las matrioshkas, caviar y poco más”. ¿Algo de parafernalia soviética? Quizás algún gorro del ejército o, por qué no, un antiguo reloj mecánico, aunque David no era muy consciente de la popularidad de estos objetos entre los turistas occidentales que visitaban el país.
“Yo no tenía ni idea. Nunca me habían interesado los relojes ni sabía distinguir un mecánico de uno de cuarzo. Comencé a investigar y descubrí que toda la industria relojera del país había quedado destrozada. Los famosos Poljot, por ejemplo, ya no se fabrican. Si encuentra uno nuevo deberá saber que no es un reloj original”. Aunque había una excepción. “Quedaba una sola fábrica, Raketa. Estaba en San Petersburgo. Fui a visitarla y así comenzó esta aventura”.
Resurrección de una firma icónica
Henderson-Stewart describe lo que se encontró en la manufactura de Raketa. “Apenas quedaban 20 trabajadores en unas condiciones laborales lamentables. Les conté mi proyecto y se entusiasmaron. Tenían las ganas, los conocimientos y las máquinas necesarias para producir los relojes”. El primer paso de la ‘nueva’ Raketa ya estaba dado, aunque todavía quedaban muchos más por dar. Aunque la firma tenía la manufactura en San Petersburgo, Henderson-Stewart estableció en Moscú la administración y el estudio de diseño.
Lo primero fue crear nuevas colecciones desde un prisma estético diferente al que la firma había mostrado hasta entonces. “Eliminamos toda la iconografía comunista y nos centramos en los valores históricos del pasado de los cuales están más orgullosos los rusos”. En el catálogo encontramos referencias tanto a los submarinos como a los cohetes (Raketa significa cohete en ruso), además de piezas históricas de la colección y referencias a artistas del país. Mientras esto ocurría en Moscú, en San Petersburgo la manufactura volvía a ponerse en marcha.
Una manufactura real
En la actualidad, alrededor de un centenar de personas trabajan en la manufactura de San Petersburgo. El equipo original ha podido ampliarse gracias a la incorporación de jóvenes formados por la propia firma, puesto que no existe ninguna escuela de relojería hoy en día en el país. La producción de Raketa ronda actualmente los 5,000 relojes al año, todos ellos equipados con mecanismos fabricados por la propia firma.
“La totalidad de los componentes de los movimientos los fabricamos nosotros, con la única excepción de los rubíes”, nos comenta David Henderson-Stewart. “Las carátulas más sencillas también las fabricamos nosotros, al igual que las cajas”. Lo más increíble de esta producción local de Raketa es que se sigue haciendo con las mismas máquinas que ya se usaban en la época soviética. Aquí no hay rastro de las modernas máquinas CNC controladas por ordenador que podemos encontrar en la típica manufactura suiza.
Relojes como los de antes
“Es el mismo proceso de trabajo de hace cincuenta años, casi artesanal. Esto aporta un componente artesanal muy apreciado, aunque conlleva un mayor porcentaje de error que un movimiento realizado por una máquina automatizada. Por esta razón damos tanta importancia al departamento de control de calidad”. Son movimientos simples y robustos, como las que ya hacía Raketa en el pasado.
Podemos encontramos alguna complicación tan curiosa como el Russian Code, con un sistema inverso de marcha. En cualquier caso, esta sencillez redunda en unos precios bastante asequibles, con un rango que va de los 700 a los 2,000 euros. Son imposibles de encontrar en cualquier otra firma del mercado que use movimientos manufactura propios. “Sin duda nos beneficiamos de los costes de producción que tenemos en Rusia, muchísimo más bajos que los de Suiza”.
Con estos poderosos argumentos, David Henderson-Stewart espera que la producción de Raketa llegue a doblarse, e incluso triplicarse, en los próximos años. Será entonces cuando ya podamos confirmar que la legendaria relojería rusa ha resurgido de sus cenizas.