Algunos creadores independientes dicen que empezaron a hacer relojes porque no encontraban lo que ellos querían en el mercado. Un razonamiento similar ha tenido que venir a la mente de Bruno Belamich, director creativo de Bell & Ross, cuando decidió que él mismo diseñaría los vehículos que inspiraran sus relojes. Lo ha vuelto a hacer con el BR-Bird, avión surgido de su mundo interior como antes ocurrió con la motocicleta B-Rocket (2014) y el súperdeportivo Aéro GT (2016).
Belamich demuestra que la imaginación es capaz de autoalimentarse. En este sentido, es como un artista que da vida a la musa que nunca ha a llegado a conocer o un cocinero que inventa los ingredientes que necesita para su plato soñado.
Ese país era el destino soñado de todo adolescente a comienzos de los años 80. Y es que quién no deseaba conocer en persona el lugar donde se fabricaban los objetos más extraordinarios del momento, quizá vistos en la televisión o en las revistas sobre la Exposición Internacional realizada en Tsukuba (1985).
Bruno tuvo la oportunidad de viajar a Asia más tarde, cuando el servicio militar le llevó a Nueva Caledonia y aprovechó ese desplazamiento de dos años para conocer, entre otros sitios, Hong Kong. Allí se estableció seis meses en los que trabajó en una agencia de diseño.
Belamich cada vez tenía más claro que su carrera creativa se encaminaría hacia los relojes y, al regresar a Europa, consiguió empleo en Sinn, la firma alemana especializada en instrumentos profesionales. Esa experiencia fue el trampolín para comenzar después su propia firma con Rosillo.
Apoyado por el éxito que esta aventura tan personal ha conseguido y con la única ayuda de un lápiz y un cuaderno, Bruno decidió volver la vista a su interior y reconocerse en aquel niño capaz de dibujar motos fantásticas, los coches más rápidos del mundo y aviones que desafían las leyes de la física. Porque, ¿alguien se imagina a un niño dibujando relojes, sillas o lámparas, la clase de objetos que trazan los diseñadores para ganarse la vida cuando son adultos?
BR V2-94 Racing Bird de Bell & Ross —limitados a 99 ejemplares— son la clase de cosas que hace un adulto, mientras el BR-Bird es la inspiradora creación de un niño, aunque ambos sean la misma persona.
Cuestión de códigos
Como es habitual en Bell & Ross, las ediciones limitadas en la línea BR V llegan por partida doble, con una versión básica de tres agujas y otra con cronógrafo. La serie Racing Bird ya responde al nuevo sistema de código establecido por la marca el año pasado, donde la primera secuencia de letras y números hace referencia al diámetro del reloj (BR V1 para los relojes de 38.5 milímetros y BR V2 para los de 41 milímetros) y la segunda numérica para el tipo de calibre (92 tres agujas y 94 cronógrafo).
Dicho esto, las características son similares a otras ediciones recientes como Garde-Côtes, Aeronavale o Bellytanker, con una caja de acero en acabados satinados protegida con un cristal de zafiro de marcada curvatura y, en el caso de los cronógrafos, con protectores de pulsadores para remarcar su carácter profesional. Los movimientos son automáticos también en ambos casos.
A simple vista puede parecer una combinación inusual para lo que conocemos de Bell & Ross, y aquí es precisamente donde radica su atractivo: una perspectiva diferente de un modelo sobradamente asentado en el mercado.
Un avión ¿imposible?
Fuego en la pista