En la creación de un reloj intervienen disciplinas y oficios de variada procedencia, pero cada una de ellas vital para obtener ese producto que pueda presumir de una calidad incuestionable. El oficio relojero se basa en ofrecer la lectura del tiempo más precisa y legible, además de hacerlo con fiabilidad, robustez y una buena resistencia a la influencia de los campos magnéticos y, por supuesto, a los golpes.
Pero si además de todo ello, se introduce la belleza como otro elemento de la composición, el resultado no solo gana en quilates, también en espectáculo. Eso es lo que se consigue cuando entra en escena el arte joyero, que en Rolex, como ocurre con el resto de los oficios, tiene rango y carácter excepcional. Porque para la manufactura ginebrina, la calidad debe ser un elemento que se transmite en cada una de las actividades que rodean a la creación del reloj.
Por eso, para aquellos que lucen en sus biseles y esferas diamantes, zafiros, rubíes o esmeraldas –las cuatro piedras naturales que componen su repertorio creativo– la marca creó su propio departamento de gemología y engastado.
Rolex ha propuesto relojes engastados a lo largo de toda su historia y la experiencia adquirida en esa tarea le permite seleccionar con criterio solo aquellas piedras preciosas más nobles y de origen natural. Cada una de ellas se controla de forma rigurosa y atendiendo a dos pasos fundamentales.
El primero se centra en el departamento de gemología, a donde llegan las piedras y donde se vela porque cumplan con los estrictos criterios marcados por la compañía. Con el apoyo de dispositivos de análisis, algunos de los cuales son desarrollados dentro de la propia casa, se examina tanto la composición química de las gemas como la autenticidad de los diamantes a través de la ‘mirada’ de rayos X.
Todo con una única intención, ratificar pureza y color de cada una de ellas. En términos de pureza, en Rolex se seleccionan únicamente aquellas que cumplan con los estándares más elevados –no debe haber inclusiones – en lo que se refiere a transparencia.
Ese nivel de exigencia se comprueba por ejemplo en los diamantes, donde solo se utilizan los catalogados como IF (Internally Flawless, que es la categoría más alta empleada en gemología). Por lo que respecta al color, su evaluación se realiza siempre a simple vista.
Se dispone de unas piedras-patrón certificadas con las que los gemólogos realizan esta tarea. Llevado a la práctica, en Rolex solo se utilizan diamantes comprendidos entre las clases D y G de la escala del Gemological Institute of America, que se corresponden con los estándares de calidad en el color más elevado.
Por lo que respecta a las gemas de color –rubíes, zafiros y esmeraldas– la compañía siempre aplica como elemento de rigor y distinción que las piedras destinadas a ser engastadas en un mismo reloj presenten la misma tonalidad, lo que en realidad hace que el trabajo de selección se efectúe a mano y sea un proceso largo y exigente.
Hay un tercer elemento a tener en cuenta por los gemólogos y es el que tiene que ver con la talla de cada pieza, y que influye directamente en su brillo. La simetría de las facetas y su geometría son determinantes en la forma en que penetra la luz y después sale tras reflejarse en su zona inferior –conocida como culata–. La buena ejecución de la talla mejora la intensidad de la piedra y el número de sus reflejos.
Al finalizar el examen de las gemas, llega el segundo momento del trabajo, el del engastado. Se requiere experiencia y precisión y en la fase inicial, se cuenta con la colaboración tanto de los diseñadores como de los ingenieros, para analizar la ubicación de las piezas y, por supuesto, la cantidad de metal que se requiere para sujetar cada una de ellas.
Llega el momento de la verdad, la colocación de cada una de las gemas, un trabajo en el que no solo se aplica paciencia sino la pericia necesaria para poner cada una de ellas con un margen de error de apenas dos centésimas de milímetro: un cuarto del grosor de un cabello humano.
Es ahí donde queda de manifiesto el talento de los engastadores para ir retirando con precisión el material sobrante, para encajar, con la presión idónea cada una de las piedras; y hacerlo además con el mimo y el ángulo correcto para sacar el máximo partido a cada una de las gemas. Esta operación en algunas creaciones se repite hasta en 3,000 ocasiones antes de llegar al pulido final.
En Rolex se emplean cuatro distintas técnicas de engastados. El primero y más frecuente es el engaste ‘en grano’. Empleado para los pavonados, la piedra es siempre redonda y se fija mediante sujeciones en forma esférica. Un método similar en lo estético al denominado engaste ‘de uñas’, donde la diferencia estriba en que las sujeciones son más largas y el contorno de la piedra queda más al descubierto.
El tercer tipo de engaste, el ‘cerrado’, es fijado en su cavidad mediante un reborde metálico, y por último, el engaste de ‘carril’ o ‘baguette’ que alinea las piedras, habitualmente rectangulares o trapezoidales, unas junto a otras, formando el efecto de una tira o un círculo. Ofrecen una visión excepcional de un arte en el que Rolex también tiene mucho que decir.