“Su éxito es que la cadena es una dictadura y la pista de baile una democracia”, decía el artista Andy Warhol sobre el famoso Studio 54, discoteca a la que iba tanto o más que a su propio taller y que sacudió a las buenas conciencias que aún quedaban en Manhattan durante poco más de una década. Desde su inauguración en 1975 hasta su cierre en 1986, el inmueble ubicado en la calle 54 Oeste de la Gran Manzana fue considerado una “Gomorra moderna”. Su pista de baile era sinónimo de diversidad, sexual y social; había famosos, excéntricos y marginados por igual. No existió, en once años, una noche en la que no hubieran largas filas para intentar cruzar la puerta resguardada por cancerberos humanos. Myra Scheer, otrora asistente de Steve Rubell propietario de la disco, contó a la BBC que no había una lista A, B o C: “Llegamos antes de la píldora, antes de que el sida tuviera nombre. Las mujeres disfrutaban su sexualidad bajo sus propios términos y también era un gran momento para ser gay. No había ningún estigma dentro del Studio 54”.
Flashback al mejor antro del mundo
Rememorar aquellas noches neoyorquinas viene a cuento ahora que el Museo de Brooklyn inaugura la exposición Studio 54: Night Magic, que permanecerá hasta el 5 de julio y que está dedicada a recorrer la historia de este famoso espacio mientras, de modo paralelo, narra en una línea de tiempo histórica, social y política, lo que sucedía en aquellos años: los años posguerra de Vietnam, las luchas por los derechos civiles, los movimientos de la comunidad gay, el feminismo… La crisis económica que llevó a Manhattan a bajar sus precios de suelo, lo que permitió que artistas, escritores, actores y diseñadores de moda llegaran a vivir ahí y catalizaran la escena creativa. Grace Jones, Robert Mapplethorpe, Donna Summer, Frank Sinatra, Al Pacino, Silvester Stallone, Brooke Shields, Yves Saint Laurent, John Travolta, Madonna, Boy George, Jean-Michel Basquiat… Todos se reunían ahí, en la democracia de la pista de baile. Con vestimentas estrambóticas, joyas ostentosas y hasta caballos blancos cuando era necesario. ¿Pero qué había de los relojes? En plena crisis del cuarzo —que comenzó en 1969 y se extendió hasta 1983 cuando nació Swatch, que en su momento salvó a la industria suiza—, ¿qué llevaban en las muñecas los afortunados que lograban pasar la cadena del 54?
La extravagancia de lo clásico
Los atuendos eran plumas y lentejuelas, las joyas podían ser diamantes o bisutería, había veces, bajo el calor de las luces, que todo daba igual. Pero cuando se revisa la muñeca de los asistentes, aparecía un detalle a contraste: los relojes elegidos para pasar “la mejor noche de su vida” eran casi siempre clásicos. La jovencísima Brooke Shields (tendría menos de 18 cuando ya asistía a tremendas juergas) usaba ya desde entonces Rolex, firma a la que le sigue siendo fiel y de la que prefiere el modelo Day-Date de oro amarillo. La súper modelo Iman, quien solía ir acompañada de su esposo David Bowie, usaba un reloj joya dorado que nos recuerda al actual del Serpenti Seduttori de Bulgari, que seguramente no dudaría en usar hoy en día ya que se le ha visto portando joyas de la casa italiana. Andy Warhol e Yves Saint Laurent, ambos genios en el arte y en la moda, ¿qué llevaban? Nada menos que sus Tank de Cartier manuales. Y de algún modo parecía que ese detalle sobrio era, en el mundo de la excentricidad absoluta, la pieza más rara para portar. Una lógica que incluso hoy resulta irrefutable. ¿O qué habrías llevado tú a una noche del 54?
Es raro lo que permanece
Tras una clausura y un cambio de administración en 1980, el Studio 54 no volvió a ser el mismo. Aún así se mantuvo vivo seis años más, hasta el día en que un contrato de renta expiró y ya nadie quiso renovarlo. En 1994 quisieron convertirlo en un club nudista y no tuvo ni un año de éxito. Hoy es un teatro y, parafraseando a José Emilio Pacheco, “ya no hay memoria del Nueva York de aquellos años”. Pero el código estético y manifiesto de estilo de los relojes que pasaron por su “Corridor of Joy”, como le llamaban a la entrada, se mantienen vigentes e incluso, alimentados por esa mitología de celebrities noctámbulas y extravagantes, se han convertido en clásicos atemporales. El Studio 54 vino y se fue, pero hay entre sus restos cosas que parece que no acabarán nunca. —Mónica Isabel Pérez
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Studio 54: Night Magic
Hasta el 3 de julio de 2020.
Brooklyn Museum, Nueva York.