En 1902, el cineasta Georges Méliès, regaló a la humanidad una imagen para la posteridad: una luna con cara humana ve interrumpida su cotidianidad cuando un cohete aterriza directo en su ojo. Desde ese momento, alcanzar la superficie lunar se convirtió en obsesión para la humanidad. Sería hasta 1969 que otros soñadores, a bordo del Apolo 11, cristalizarían el sueño.