Todos hemos visto alguna vez un taijitu, quizá el símbolo más conocido del taoísmo en Occidente. Un círculo habitado por dos “peces”, uno blanco y otro negro, que contienen, cada uno, apenas un punto del color opuesto, un germen de su contrario. Es la forma más conocida en la que se representan el yin y el yang, a decir de la filosofía taoísta, las dos fuerzas que se encuentran en todas las cosas existentes en el universo y que son al mismo tiempo opuestas y complementarias: el día y la noche, la tierra y el cielo, la pasividad y la actividad… el blanco y el negro.
Gabrielle Chanel era un taijitu. En un perfil de la modista, escrito por Janet Flanner para The New Yorker en 1931 —cuando la Madame tenía unos 48 años—, la periodista cuenta que los amigos de Coco la describían como una amante de la libertad en el fondo bastante tímida. También aseguraba que era una genio de la moda a la que, sin embargo, le molestaba coser y dibujar, actividades en apariencia esenciales para su oficio.
El espíritu de Coco
En la Maison Chanel, hasta el más mínimo detalle está permeado por la personalidad avasalladora de su fundadora. Incluso sus productos de alta relojería, desarrollados décadas después de su muerte. El J12, el más icónico, es un gran ejemplo. Una colección nacida hace 20 años que, siguiendo la mitología gabriellesca, se identifica por el uso del negro y el blanco, colores —o percepciones visuales de la luz— que Chanel fue pionera en utilizar en la alta costura y que la colocaron como una de las diseñadoras más revolucionarias de su tiempo.
Pero como en todo lo que hacía, no había lugar para la casualidad. Chanel relacionaba el negro con los uniformes que utilizaba en el orfanato en el que creció, y que para ella ayudaba a “revelar el resplandor de una mujer”, y el blanco con las cofias que usaban las monjas del lugar. La autoridad y los sometidos, quienes cuidan y quienes son protegidos. De nuevo la luz y la oscuridad.
Ni negro ni blanco: el nuevo J12
En esta segunda década de aniversario, el J12 se transforma en un taijitu, ni negro ni blanco sino los dos al mismo tiempo. La colección se llama, por qué no, Paradox, enfatizando esa aparente contradicción que ahora habita en sus cajas. Hay tres modelos: J12 Paradox, un bicolor sólido que exigió un gran cuidado técnico ya que su caja está hecha a partir de dos piezas.
Cerámica negra y blanca unidas como en las prendas se tejen las telas más delicadas y que, en lugar de hilo, se juntan a través de un soporte metálico sobre el que está el fondo de zafiro. Los índices llevan el color de su opuesto en ambos lados, mostrando que solo son adversarios en apariencia, ya que en realidad son unidad. Igualmente complejo es el J12 Paradoxe Diamantes, donde domina el negro. El blanco es representado aquí por oro de 18 quilates en tono ídem, engastado con 40 diamantes talla baguette a los que se suman otros 26 en el bisel. Su realización es tan compleja que solo se hicieron 20 unidades.
Pero si esto ya era suficiente reto técnico, la joya de la colección prueba que aún hay más por explorar. El J12 X-RAY trasciende de la lucha entre el negro y el blanco y apuesta por la transparencia total. Caja, esfera y brazalete de zafiro, esto último lo más novedoso, ya que es la primera vez que se ve en la historia de la relojería.
Los eslabones han sido tallados de este mineral con gran delicadeza. En total tiene 92 diamantes con talla baguette y uno en talla brillante que va en la corona, lo que suma 5.46 quilates. Y para incrementar innovación a este modelo celebrativo, el J12 X-RAY no lleva el mismo calibre que el resto de la colección (el Paradox y el Paradox Diamantes usan el 12.1), sino que estrena el 3.1, un movimiento nuevo diseñado y ensamblado por la manufactura Chanel en Suiza.
J12 X-RAY está limitado a solo 12 piezas y tanto por su diseño estético como mecánico garantiza ser un hito en la producción relojera de la casa de la Rue Cambon. Todo lo que esté de moda pasará de moda, pero el J12 —podemos apostarlo— permanecerá. —Mónica Isabel Pérez