Texto: Carlos Alonso
En Loew’s Capitol, Broadway, se estrena 2001: A Space Odyssey, una cinta existencial llena de preguntas y respuestas sobre el futuro de la humanidad y, por qué no, de la relojería.
El 68 fue un año convulso, en mayo en París y en octubre en Tlatelolco. Uno de los combustibles que agitó las almas de miles de estudiantes comenzó a propagarse el 3 de abril, al caer la tarde, en un teatro de Nueva York. Los tres proyectores y la pantalla curvada del Cinerama de Broadway mostraron por primera vez al público 2001: A Space Odyssey, el ensayo existencial en forma de película de ciencia ficción con guion de Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke que adelantaba muchas preguntas con pocas respuestas sobre la evolución humana, la inteligencia artificial, el poder de la tecnología y la vida extraterrestre. Demasiada perfección abstracta en plena era de la psicodelia y el LSD como para mantener la imaginación en paz.
Los parcos diálogos y la música de Richard Strauss de Así habló Zaratustra invitaban a volar hacia horizontes en Júpiter. The New York Times calificó el film como “algo entre lo hipnótico y lo inmensamente aburrido”. David Bowie vio la película bajo el efecto de sustancias y John Lennon llegó a decir que “esto es Dios” y convertirla en su película semanal.
Los autores empezaron a elaborar el guion el 12 de septiembre de 1965 tras una tormenta de ideas de ocho horas y tomaron el cuento El centinela, del propio Clarke, como referencia. Nunca sabremos cuánto influyó que el cineasta creyó haber divisado un OVNI sobre Manhattan un año antes. Aquello estaba repleto de simbología beat.
La película empieza con “El amanecer del hombre” con el Sol, la Tierra y la Luna alineados en perfecta armonía al compás del Danubio Azul y una aeronave aproximándose a la estación espacial en 1999, el año en que a la postre murió Kubrick. La estación es una doble rueda en giro constante como un doble volante de balance de fuerza centrífuga y de gravedad artificial por rotación que cuestionaba las leyes de la física en plena gestación del reloj alternativo de cuarzo.
En la primera escena, rodada en diciembre de 1965, Floyd encuentra el enigmático monolito negro en la Luna que emitía señales de radio supuestamente alienígenas con proporciones planas, insondables y perfectas como las de un iPhone. Cuatro años después el hombre pisaba en realidad la Luna con un reloj más mundano que el que llevaba el Dr. Frank Poole en la película. A los relojeros suizos no les gustaba entonces el género de ficción.
El rodaje echó a andar antes de que Kubrick comisionara a varias compañías la creación de productos para recrear un futuro creíble. El reloj elegido fue americano, un prototipo único Hamilton X-01 analógico-digital que John Bergey ideó y que en 1970 sirvió de inspiración para el Pulsar Time Computer, el primer reloj de cuarzo digital de la historia. El X-01 mostraba una correa de composite flexible tipo caucho, horas y minutos –lo prioritario– analógico y Home Time, Dream Time y GMT –lo lejano– digitales. Cómo no nos dimos cuenta que esa era la voluntad de Dios. La inteligencia artificial de HAL 9000 no se hubiera vengado muchos años después con los smartswatches porque tratamos de desconectar el cuarzo.