Con un perfil biográfico algo desconocido, hablamos de un niño prodigio de la relojería suiza. Un personaje poliédrico que bien merece el título de relojero universal por el desarrollo logrado de las múltiples facetas que intervienen en el negocio del tiempo. La ausencia de datos sobre su vida y obra ensombrecen a un personaje de relieve histórico, cuya importancia se pierde en las sombras de la memoria y el olvido.
Georges Favre-Jacot nace en 1843 en Le Locle, el corazón relojero de Suiza. En ese entonces el país era poco industrializado y su actividad económica central se vinculaba estrechamente a la agricultura y la ganadería, con gran tradición asentada en la producción de relojería y joyería pero condicionada a temporadas de invierno, cuando las labores en plena naturaleza se limitaban. Antes de alcanzar la mayoría de edad, el joven Georges fue capaz de formar a sus aprendices —la mayoría de ellos eran granjeros— en diestros montadores de relojes. Patentó su propio nombre y lo estableció como marca con una proyección seductora más allá de su país natal. En 1870 las piezas realizadas en su firma ya se encontraban en el mercado ruso con inscripciones en alfabeto cirílico. El nombre de Zenith no aparecería hasta 1911, cuando definitivamente quedaría como representativa swiss made.
Favre-Jacot fue un maestro relojero con una visión empresarial asombrosa que en 1865, con tan sólo 22 años, encargaba la construcción de edificios amplios y luminosos. Nacía por primera vez la producción en sentido industrial moderno aplicada en un sector tan tradicionalista. El joven empresario reunía bajo el mismo techo todos los oficios relacionados con la relojería, desde la fabricación de los componentes de los movimientos hasta la de las esferas esmaltadas o las cajas. Aún hoy la manufactura mantiene su ubicación original donde el primer día se ubicó el taller.
Zenith, ipso facto, contaba con relojeros que iban sobre ruedas antes que el mismísimo Henry Ford. Favre-Jacot preservaba el cuidado artesanal aplicado al diseño y acabado de cada pieza, pero también con un formidable espíritu emprendedor: fabricación en cadena, intercambiabilidad de los componentes, plena automatización de la producción. Los operarios trabajaban de forma dinámica en taburetes sobre ruedas para desplazarse manteniendo su posición. Las primeras ideas de lo que actualmente está en boga en las compañías de tecnología y Silicon Valley como servicios a los propios operarios para conciliar confort, rendimiento, eficiencia y mayor productividad. El fundador de Zenith ya lo ponía en práctica con la reconversión de trabajadores del campo.
Un hombre inquieto que contagió a su sobrino Jämes Favre con la mentalidad ilustrada del viaje como experiencia única y vital. Juntos recorrieron prácticamente todo el planeta en busca de mercados rentables. En 1902, su sobrino pasó por gran parte de Europa, China, Manchuria, Japón, toda América, Filipinas, las Indias… Fue una de las primera redes de distribución sólida. Y así nació también la flagship store. Zenith cuenta, antes que ninguna otra marca, con el concepto de tienda insignia de la firma: identidad corporativa más definida, maquetas de presentación de las colecciones y embalajes tipo estuche, publicidad y mercadotecnia. Todo un bagaje de afinidades estéticas que nacen en la mente de un publicista audaz preocupado por el diseño. Cabe recordar que fue Le Corbusier quien construyó la casa de Favre-Jacot. Amistades con los intelectuales que en Suiza marcaban las tendencias en la primera línea creativa.
Otro ejemplo es su estrecha relación con el arquitecto Alphonse Laverrière, representante esencial del movimiento artístico de vanguardia Werkbund-Ausstellung en Zúrich. Zenith desarrolló justamente la identidad y los elementos decorativos de sus primeras tiendas en colaboración con Laverrière. A principios del siglo XX colaboró con otros artistas del movimiento art nouveau, y más adelante con los del art decó, para el diseño tanto de las piezas de relojería como de su imagen y publicidad.
La firma cumple 150 años de historia llevando a las muñecas puro jugo de cronometría. De 1903 a 1968, Zenith obtuvo prestigiosos premios por la excelencia de sus calibres, registró más de 300 patentes y creó mecanismos de leyenda, con más de 600 variaciones. El episodio histórico de la creación de El Primero queda escrito en letras de oro en los anales de la historia de la relojería.
El 10 de enero de 1969, Zenith presentó su calibre El Primero de cuerda automática. Esta primicia mundial estaba equipada con un cronógrafo integrado con rueda de pilares y latía a la elevada frecuencia de 36,000 alt/h, con lo cual alcanzaba una precisión de una décima de segundo. Pocos conocen el episodio posterior. En 1975, la dirección de Zenith, en aquella época de propiedad estadounidense, decidió detener la fabricación de las piezas mecánicas para producir exclusivamente relojes de cuarzo. Fue entonces cuando Charles Vermot, un relojero de la manufactura, decidió realizar un acto de coraje. Vermot desobedeció las órdenes de los propietarios de la empresa y, arriesgándose a perder su trabajo, escondió los planos, las piezas y las estampas necesarios para la fabricación de los relojes mecánicos, con lo cual salvó de la destrucción al movimiento El Primero. Hay que tener presente que, en aquella época, una unidad de estampación costaba alrededor de 40,000 francos suizos y que, para fabricar los componentes de El Primero, hacían falta cerca de 150.
Unos años después, concretamente en 1984, salió a relucir la proeza de Vermot cuando restituyó el equipo que había ocultado, lo que permitió reanudar la fabricación del preciado calibre.
Cultura pilot llevada al máximo de sus límites. Zenith, un concepto de la ciencia astronómica en la mente de Georges Favre-Jacot: la intersección de la vertical de un lugar con la esfera celeste, por encima de la cabeza del observador. Con su Zenith bien ajustado a la muñeca, en el austriaco Felix Baumgartner se lanza a la estratosfera a 38.9 kilómetros de altura desde una cápsula espacial suspendida de un globo aerostático lleno de helio. Retos irrepetibles. (Por Leslie López)