Puede que sea una de las noticias relojeras del año. Por su naturaleza y por sus consecuencias. Tudor, la marca hermana de Rolex, presenta su primer movimiento automático de manufactura. El futuro, en la firma creada por Hans Wilsdorf en 1926 —el mismo fundador de Rolex—, se escribe con tinta y acciones propias, tal y como sucede cada vez de forma más masiva en gran parte de la industria desde hace unos años.
La nueva colección se llama North Flag y toma su nombre de una aventura extrema en el Polo Norte en la que los modelos de Tudor jugaron un papel muy interesante. Justo en el mismo momento en que Sir Edmund Hillary ascendiera al Everest con un Rolex (1953), otra expedición británica investigaba en los parajes más recónditos de Groenlandia (casi en el Polo) interrogantes geológicos, fisiológicos o meteorológicos aún sin responder por la ciencia de aquella época.
Así pues, los integrantes de la British North Greenland Expedition, encabezada por Desmond ‘Roy’ Homard, llevaban en su muñeca un Oyster Prince y con él experimentaron la precisión de los relojes automáticos en condiciones infernales justo donde los equipos electrónicos suelen fallar merced al desbarajuste magnético en el lugar más boreal de la Tierra. Es una buena historia que valía la pena rescatar.
Hoy, el resistente calibre MT5621, enclaustrado en una caja de 40 mm hermética hasta 100 metros con doble bisel de acero y cerámica negra mate, es el protagonista de otra aventura. (Una variante de este calibre se usa en la actualización más reciente del Pelagos.) Un desafío necesario con rotor bidireccional, espiral de silicio, certificación COSC, una autonomía de marcha de 70 horas, 28,800 alt/h y un grosor de 6.5 mm. Rolex-Tudor, como una compañía de conjunto, empieza a ocupar posiciones en la guerra amplia de precios desde una entrada favorecida a la relojería suiza hasta la excelencia exclusiva de materiales e innovaciones. Las voces de Edmund Hillary y Roy Homard se escuchan a la vez. (Por Manuel Palos)