Chopard descubre un jardín en el desierto

Todos los días, la botsuana Tekolo Sethebe —o “TK” como le dicen sus colegas— sube al autobús rumbo a su trabajo en la mina
Karowe con un objetivo en mente: “Encontrar grandes diamantes”. Su trabajo, al que ella llama su “misión”, es recuperar estas piedras preciosas del abundante concentrado de minerales que a diario es extraído de las profundidades de la tierra.

TK vio recompensada su pasión y su esfuerzo. Un gran diamante llegó a sus manos un día y supo a primera vista que se trataba de una piedra fuera de lo común: 342 quilates y color D, es decir, incoloro y, además, purísimo. “Vi esa enorme gema, un diamante claro… y dije ‘¡guau!’”.

La noticia del hallazgo fue comunicada a Caroline Scheufele, copresidenta de Chopard y responsable de las líneas femeninas y de Alta Joyería de la casa, quien viajó a Botsuana para conocer la gema que sería la inspiración y materia prima de una colección única cuyo desarrollo ha requerido miles de horas de trabajo.

“De inmediato tuve la sensación de que me encontraba ante una piedra extraordinaria”, dijo Scheufele, quien la bautizó “Reina de Kalahari”, en referencia al mítico desierto que extiende gran parte de su territorio semiárido sobre Botsuana. Famoso por su arena roja, es un lugar hostil cuyo nombre, en tswano, significa “gran sed”. El diamante encontrado en Karowe fue, sin embargo, como una abundante fuente de agua que sació la sed creativa de Scheufele y su equipo.

La Reina de Kalahari, con la intervención de los artesanos de Chopard, se convirtió en un conjunto de 23 diamantes. Cinco de ellos superan los 20 quilates y fueron pulidos en tallas maestras: brillante, pera, cojín, esmeralda y corazón. Gemas así merecían —en palabras de Scheufele— “un destino a la medida”.

El Jardín de Kalahari, la colección resultante que forma parte de la línea de alta joyería Precious Chopard, consta de un juego de pendientes, un anillo y un collar espectaculares cuyas piezas pueden desprenderse y unirse a voluntad de quien tenga el honor de portarlo, para así volverlo algo tan discreto o tan ostentoso como se desee. Es un ensamble que recuerda, de manera poética, que todos estos diamantes fueron, alguna vez, parte de una sola pieza.

Para completar el lujoso conjunto que parece tejido en un encaje de oro blanco, la firma hizo un brazalete adornado con dos diamantes en corte pera rodeados por muchos otros diamantes pequeños en corte pera y brillante, que sorprenden cuando abren paso a un reloj secreto. Por si fuera poco, el guardatiempo está equipado con el calibre L.U.C 96.17-L automático con microrrotor de platino y diamantes, que rinde tributo a las raíces relojeras de la casa.

“Nuestros talleres se han superado a sí mismos”, aseguró Scheufele, reconociendo la labor de los artesanos que mostraron su virtuosismo en esta colección y cuyos oficios van desde la escultura en cera y la joyería, hasta el labrado, engastado, el pulido y, por supuesto, la alta relojería.

Al valor evidente de este diamante de diamantes, se suma que el oro blanco que está presente en todas las piezas de la colección Fairmined, es decir, que ha sido extraído por pequeñas comunidades mineras artesanales certificadas por esa norma que impulsa tanto el comercio responsable y el desarrollo social, como la protección del medio ambiente.

Caroline Scheufele es pionera en estos temas dentro del mundo de la joyería. La mina Karowe, que se sumó recientemente a la lista de proveedores de la marca suiza, ha sido inspirada por el compromiso de Chopard y ha iniciado un camino en favor del desarrollo sostenible buscando la certificación del Consejo de Joyería Responsable (RCJ).

De este modo, Chopard presenta en una sola línea su concepción del lujo contemporáneo: materias primas excepcionales que son tratadas con la delicadeza artesanal del pasado y obtenidas con códigos éticos que sientan bases para el futuro. “Mi reto y mi deseo”, afirmó Scheufele sobre el Jardín de Kalahari, “fue crear algo diferente, no hecho antes, no visto antes, algo que transforme”.

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