La industria musical ha enfrentado, como otras ramas del entretenimiento, cambios de paradigma que la colocan en jaque. El ejemplo más reciente está en el paso del formato físico al digital: hoy los CD’s son un objeto obsoleto frente a cualquier gadget capaz de almacenar miles de horas de música. Un golpe para un producto físico que redituaba millones de dólares en ganancias, pero que hoy es no sólo poco práctico, sino incluso “feo”, sin un valor real (quizá sólo el emocional, pero no masivo, sino individual).
Lo irónico de estas mutaciones son las consecuencias que suelen tener, muchas de ellas impensadas. Por ejemplo, la desaparición del CD trajo consigo una nueva fiebre por los discos de acetato: esos gigantescos círculos negros que alguna vez se vieron como hoy observamos a los “compactos”. El acetato logró trascender su uso gracias a sus rasgos, los cuales le han convertido en objeto de deseo para todo melómano que se precie de serlo (existen vinilos que se cotizan en el mercado por miles de dólares).
Otro producto que en últimos años ha tenido auge, son las cajas musicales. Si bien han estado ahí desde antes de la invención del fonógrafo (su primer gran enemigo), muchas veces se ha vilipendiado a estos artefactos, a pesar de ser auténticas proezas de artesanía, mecánica y sensibilidad. Hoy la gente regresa a ellas como un símbolo no sólo de estatus sino de conocimiento y exquisitez, pues las cajas han evolucionado para entregarnos auténticas obras de arte.
Una de las casas especializadas en este tipo de aparatos es Reuge, que cuenta con experiencia centenaria (sus orígenes datan de 1865) y un alto grado de savoir faire gracias a que abreva del conocimiento relojero (el gran patriarca de la familia, Charles Reuge, se las ingenió para colocar dentro de algunos guardatiempos pequeños cilindros musicales animados por el movimiento mecánico) para construir sus piezas.
A lo largo de su historia, Reuge ha creado piezas tan complejas como aves mecánicas cantoras para firmas como Bontems y Eschle, pirámides sonoras, relojes de bolsillo melódicos, semillas misteriosas musicales, tortugas y naves espaciales (estas dos últimas en colaboración con la casa punk de la relojería, MB&F) e incluso aviones homenaje a las flotillas de guerra.
La casa retoma justamente la figura de las naves militares para presentar un homenaje a México con el Reuge Music Biplane, caja musical limitada a dos piezas. Esta creación cuenta con un mecanismo de cilindro que reproduce cuatro melodías clásicas dentro del repertorio mexicano: El Himno Nacional, el Huapango de Moncayo, Cielito Lindo y La Bikina.
El avión, diseñado especialmente y en exclusiva para Berger Joyeros, está hecho con madera, la cual fue pintada con un aerógrafo especial para retratar a la perfección la bandera nacional, misma que simula movimiento. Una joya musical para los melómanos mexicanos.