¿Cuántos relojeros geniales, admirados en su época, han sido olvidados por el impecable paso del tiempo? Muchos, sin duda. Y entre ellos estaría Louis Moinet de no haber sido por el empeño de Jean-Marie Schaller. Gracias a él, este relojero, nacido en el corazón de Francia en 1768, figura hoy en día en el Libro Guinness de los récords como el creador del primer cronógrafo del mundo. “Mi impresión es que el señor Moinet me encomendó la tarea de recuperar su firma”, nos apunta el mismo Schaller, quien reconoce haber sentido pasión por la relojería desde su infancia, “algo habitual entre los que nacemos en las montañas del Jura”. Más tarde fue capaz de convertir esta afición en un modo de vida.
Durante 10 años trabajó en una gran corporación de relojería suiza. “Éramos los distribuidores de Breguet, Blancpain y Vacheron Constantin para Japón. En aquella época Les Ambassadeurs, el famoso detallista suizo, era parte del grupo. También tuve la fortuna de dirigir el lanzamiento de Daniel Roth en Asia. Más tarde tuve la oportunidad de relanzar Perrelet en un proyecto que llevó cinco años”. Es en ese momento cuando Louis Moinet se cruza en su vida. “Siempre tuve la sensación de que el destino llamaba a mi puerta, incluso cuando Louis Moinet era un total desconocido. Algunos buenos amigos, Daniel Roth entre ellos, me animaron a rescatar su nombre. Era algo tan especial que me llegaba al corazón, así que me decidí a hacerlo”.
Los inicios no fueron nada fáciles al principio. “Estaba obsesionado con Moinet, pero apenas sabíamos nada de su vida. Tan solo contábamos con una biografía de apenas ocho páginas”. Tampoco ayudaba la situación económica. “No soy una persona rica”, nos confiesa, “y había pasado por momentos complicados en mi vida, pero decidí invertir todo mi dinero en levantar aquel proyecto”. No era mucho: apenas 30,000 francos suizos, aunque, como dice Schaller, “lo bonito de la relojería que es incluso con poco dinero puedes hacer cosas estupendas”. La primera de ella vio la luz en 2005. Era un cronógrafo de nombre Olympia, basado en un calibre vintage.
Louis Moinet fue una firma modesta en sus orígenes y sigue siéndolo pasados 15 años de su llegada al mercado. En el taller de Saint-Blaise, muy cerca de Neuchâtel, trabajan solo 10 personas y la producción anual de la firma ronda varia entre 300 y 500 piezas. No es problema mientras mantengas las tres razones que sustentan a las pequeñas firmas: humildad, flexibilidad y pasión. Quizás sea la segunda la clave que explica el éxito de Louis Moinet. Schaller ha aplicado un sistema que potencia la capacidad de trabajo de la firma.
Para empezar, y como nos recuerda él mismo, Schaller no es relojero de formación. “Soy un creador que aplico todo mi sentimiento a las piezas que diseñamos”. Esta limitación no ha impedido que Louis Moinet haya sido capaz de lanzar algunas de las complicaciones más llamativas de los últimos años. Entre ellos el Memoris, el homenaje al fundador que se lanzó en 2016 con motivo de los 200s años del primer cronógrafo. Más reciente es el Spacewalker o la serie de doble tourbillon. Estas creaciones son fruto de la colaboración con Concepto, con quienes llevan trabajando prácticamente desde el principio del proyecto.
Pero es la imaginación el aspecto que más llama la atención de Louis Moinet y donde Schaller saca a relucir toda su vena creativa. Esa capacidad de sorprender que ha caracterizado a la firma desde sus inicios que le permite crear piezas tan originales como el Derrick o toda la serie Cosmic Art, donde las unidades, siempre limitadas incorporan un elemento de origen extraordinario, ya sea un meteorito o las fibras del traje de un cosmonauta ruso (Skylink). En contraste con la aparente anarquía creativa que desprende su catálogo, todo en Louis Moinet tiene su explicación. El pozo de petróleo móvil que tiene el mencionado Derrick es un guiño al origen de su mercado más importante, mientras las piezas de Cosmic Art nos recuerdan cómo Moinet creó el Compteur de Tierces para controlar el movimiento de los astros. “La relojería suiza existe básicamente por la calidad de sus productos y su capacidad para contar una historia”, afirma su propietario. “Y esto es incluso más importante ahora que en el pasado. Si un reloj no despierta ninguna emoción, entonces no será capaz de llegar al corazón de su comprador”.
Por último, hay que nombrar también el taller de piezas personalizadas, con el cual de nuevo se establece un paralelismo con la obra original de Louis Moinet, cuya cartera de clientes incluía las grandes figuras de la realeza europea. “Las piezas personalizadas son extremadamente importantes en nuestra labor actual”, reconoce Schaller. Estos pedidos suponen un gran aporte a las cuentas anuales de la firma y, no menos importante, son vitales a la hora de mantener el contacto directo con la gente. “Solo escuchando a los clientes conocerás bien las expectativas que has creado; y son los relojes únicos el mejor modo de descubrirlas”.