Chopard Alpine Eagle: cuando la copia es mejor que el original

Un “hit” de los años 80. ¿Y qué interés puede tener volver a producir el St. Moritz cuando el reloj desapareció del catálogo durante años a pesar de ser un best-seller? Chopard venía destacando con paso firme en la dirección “haute horlogerie” con desarrollos mecánicos sólidos en la colección L.U.C con certificados por el Punzón de Ginebra o el certificado Qualité Fleurier en ediciones limitadas. Una estrategia que dio como resultado el máximo reconocimiento del Grand Prix d’Horlogerie de Genève para L.U.C Full Strike hace dos años.

El nuevo Alpine Eagle parece un gesto atrevido, pero en consonancia con la viva dialéctica “vintage” del mercado. Es realmente una apuesta personal por volver a poner en boga la relojería sport-elegant de la época dorada, cuando en los 80 Royal Oak, Nautilus y el propio St. Moritz sobrevivían al cuarzo con mecánica tradicional pero innovando con materiales como el acero –la necesidad se hizo virtud con un material no tan noble ni costoso pero igualmente valioso y funcional-.

Y si hacemos honor al nombre y aplicamos esa “mirada de águila” más aguda, el nuevo lanzamiento de Chopard esconde (y muestra) interesantes detalles. Lo primero es el rediseño del histórico reloj. Mucho más refinado y acorde a su tiempo que el propio original a su época. La copia nos parece más auténtica. No es un simple “revival”, aquí hay una manifiesta apuesta de futuro.

Y, de hecho, ya se exhibe la nueva generación familiar en puestos ejecutivos. Es Karl-Fritz el verdadero impulsor del Alpine Eagle, el hijo de Karl-Friedrich, cuyo primer diseño fue el St. Moritz cuando tenía 22 años. Apoyado secretamente por el abuelo Karl, este déjà vu parece asegurar la continuidad a largo plazo de una saga familiar con la primera participación expresa de la tercera generación en el mismo rol que jugó Karl-Friedrich Scheufele hace 40 años atrás.

Alpine Eagle es un “nuevo” reloj deportivo cuyo diseño apela al biotipo del ave rapaz y el ecosistema de los Alpes. Bisel redondo con ocho tornillos en los puntos cardinales, que cumplen también la función de sellar la caja para garantizar 100 metros de estanqueidad. En la caja destacan los salientes que protegen la corona y se reproducen simétricamente en la lado izquierdo.

Y un diseño de la texturizado de forma rugosa semejante a la piedra –el iris del águila y los reflejos del acero en los glaciares-. Lo interesante es la creación de una aleación de acero completamente novedoso tras un proceso de refundición. El bautizado como Lucent Steel A223 es más resistente a la abrasión y también mayor dureza.

Con cierta semejanza al brillo diamantino, la manufactura ha depurado las impurezas del acero tradicional para garantizar mayor brillo y luminosidad. Cuatro años de investigación y desarrollo para un nuevo material extraordinario.

Todas las superficies planas de la caja están satinadas y los ángulos han sido achaflanados y cuentan con pulido. El brazalete y la caja conforman una sola pieza. Es una correa diseñada a modo de lingote con una pieza central rematada en relieve.

Para la nueva pieza, Chopard monta el movimiento automático 01.01-C con 60 horas de reserva de marcha y certificado COSC. Funciones básica de horas, minutos, segundos y ventana de fecha a las 4.30h. Llegan modelos en 41 y declinaciones en 36 mm más femeninas con brazaletes en oro rosa (ético), esferas en nácar o gris pizarra y engastado de diamantes en biseles y los propios brazaletes.

Hay un toque alegórico en el desarrollo de la pieza. En la corona, Chopard ha grabado la rosa de los vientos, un símil para que el aventurero busque el rumbo acertado, al igual que las “águilas” encuentran hoy su buena dirección. La influencia de la naturaleza es algo más que un reflejo conceptual.

También es destacable la apuesta por la nueva organización de la que Chopard es miembro fundador: Eagle Winds (Alas de Águila), un proyecto medioambiental para defensa de la fauna del ecosistema de los Alpes.

Este pasado mes de septiembre, en la Alpine Eagle Race se empleó en la presentación imágenes captadas por unas cámaras acopladas a un águila que voló cinco cumbres: el Zugspitze de Alemania, Dachstein en Austria, la Marmolada de Italia, L’ Aiguille du Midi en Francia y el Piz Corvatsch suizo. El viaje finalizó en St. Moritz. El águila sigue en pleno vuelo.

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