A mediados del siglo XIX la relojería dio un paso técnico fundamental con la creación de los primeros modelos sin llave. Aquel invento, reivindicado por firmas como Patek Philippe, Breguet y Jaeger-LeCoultre, cambió por completo el modo de uso de las piezas. La llave, que durante siglos había acompañado a todo reloj como modo de cargar su mecanismo, quedaba limitada a los modelos de pared como vestigio de los antiguos tiempos.
Sin duda hay un poco de justicia poética en la elección por parte de Cartier de recuperar la simbología de aquellas antiguas llaves (clé en francés) para bautizar a su última creación. Clé de Cartier es un reloj de otra época. No de ésta, donde la uniformidad y la falta de creatividad son dos constantes en la industria actual. Cartier es una de las pocas firmas del mercado capaces de proponer formas a los aficionados. Lo es por tener las infraestructuras necesarias, por poseer una clientela fiel y atenta a sus creaciones y también porque esta filosofía creativa es inherente al espíritu de la marca.
Como el Ballon Bleu de 2007, el Clé de Cartier es un desafío, un proyecto que nace sobre una hoja en blanco a través del cual descubrimos nuevos modos de interpretar la circunferencia, una forma básica de la Naturaleza y, cómo no, de la relojería. Todos sus elementos parten del círculo, tratado de manera fiel o deformándolo hasta adaptarse a cada pequeño hueco del reloj. Es esta referencia constante a la circunferencia la que hace al Clé de Cartier ser percibido de una forma intuitiva, al igual que lo consigue el citado Ballon Bleu o, ya en el formato rectangular, el emblemático Tank.
El trabajo de diseño abarca todos los frentes del reloj, como vemos en el suave perfilado del lateral, que atrapa la muñeca de un modo tan natural que, una vez puesto en el brazo, cuesta desprenderse de él. Estas inéditas líneas de la caja, puesto que el Clé de Cartier es un diseño de nueva creación y nunca desarrollado con anterioridad por la casa, se combinan con elementos tan característicos de Cartier, como los números romanos de la carátula o el cabujón de zafiro de la corona.
Y llegamos a uno de los aspectos más curiosos de la pieza. Acorde con su filosofía al servicio de la estética, la corona del Clé de Cartier rompe con todo lo anteriormente visto en este terreno en relojería. El equipo creativo de la marca ha pensado que una corona rompería la unidad estética del reloj y por ello ha diseñado una en forma de prisma que prolonga la suave caída del bisel sobre el lateral de la carrura: es la imagen de esta corona la que recuerda a las llaves de dar cuerda de los antiguos relojeros. El dispositivo incorpora además un ingenioso sistema de vuelta a cero que evita que la corona se quede en una posición incómoda visualmente una vez se ha ajustado la hora del mecanismo. De este modo se cuida la estética del reloj y también se facilita la tarea del usuario, pues su gran tamaño permite que su manipulación sea extremadamente sencilla.
La nueva creación de Cartier también propone novedades en el campo técnico. Presentado en tres tamaños diferentes de caja, todas las referencias vienen equipadas con movimientos automáticos; lo que confirma la apuesta de la casa por estos mecanismos incluso en sus colecciones más populares. Tanto el modelo masculino de 40 milímetros como el intermedio de 35 incorporan el nuevo calibre manufactura de Cartier 1847 MC, ‘hermano’ del ya conocido 1904 y creado expresamente para esta colección. Sólo la versión femenina más pequeña de 31 milímetros monta un calibre de producción externa. Porque, si hay otro factor que llama la atención de Clé de Cartier es su vocación unisex. No estamos hablando de un reloj masculino o femenino. El Clé de Cartier es una pieza pensada para todos los amantes de los objetos bellos, sin distinción de sexo o edad. Una visión universal de la relojería que sólo una casa como Cartier tiene el lujo de permitirse. (Por Andrés Moreno)