Thomas Mudge sonreiría al ver esta pieza, si pudiera disfrutar de una margarita en la marina de Los Cabos y la plácida lectura de una revista de relojería. La relojería moderna nació, como Venus, en la fragante espuma del mar. Los cronómetros marinos reunían avant la lettre los principios que dictan, actualmente, los manuales sagrados de la relojería: precisión, funcionalidad, legibilidad y resistencia. Siempre se menciona que el primer Portugieser de IWC se creó en 1939, a petición expresa de dos comerciantes portugueses que encargaron un reloj de pulsera grande con la precisión de un reloj de bolsillo. Dos soñadores modernos que volvieron a reencontrarse con el espíritu del propio Mudge, Le Roy, John Harrison, Berthoud, Thomas Mercer o el más joven Breguet.
Al margen, también cabe señalar una última versión boutique con llamativa carátula en un vivo tono borgoña.
Todos los nuevos rediseñados de la colección Portugieser incorporan calibres in house. Si el pasado y el legado fueran dos imperativos morales ineludibles, IWC cumple sin dudarlo en esta singladura con su obligación de llevar el Portugieser a buen puerto.