A un siglo de la muerte de Marcel Proust, el tiempo perdido se llevó muchos secretos y aquel reservado carácter aristocrático de la hipocondría de los célebres artistas. A cambio, se abrió paso lentamente la excitación pública y el beneplácito social de las redes como sinónimo fatal de la elegancia y el reconocimiento, ahora más marcados por la exhibición permanente sin pudor y el cuestionable estilo. Ahora ya se desvaneció la discreción, se quebró la intimidad y, también con ello, se nubló esa inteligencia sosegada para observar sin sobresalto la realidad, con ese mismo envidiable sentido reflexivo que el propio Proust imprimía a sus narraciones.
El día 4 de febrero de 1922, cuando James Joyce cumplía 40 años, se publicaba el Ulysses en París por la editora Sylvia Beach, de la librería Shakespeare and Co. Y cuando el escritor irlandés se hacía famoso en los círculos intelectuales de París, le presentaron a Marcel Proust, el gran cronista de la sociedad parisina, en una fiesta que tuvo lugar en honor a Diaghilev y Stravinsky. Dos de los mejores escritores de la época, según un testigo, conversaban acerca de dimes y diretes sobre princesas y condesas decadentes de Francia. ¿Se los imaginan posteando el baile en TikTok?
“París era una fiesta”
“París era una fiesta”, haciendo honor al título del propio Hemingway, que se perdía en los cafés con Ezra Pound y Scott Fitzgerald mientras el bohemio Picasso se trasladaba de Montmartre a Montparnasse y pintaba aquel año “La bouteille de vin”. Simple simbología cubista de una vanguardia que nutría su alma más allá de la visión realista y rompía prejuicios con champagne, absenta y otros caldos. Entonces también Louis Cartier declinaba en la plaza Vendôme, en 1922, el Tank con bordes redondeados bajo su propio nombre y otro más cuadrado con el apodo Chinoise. Y Marcel Proust recorría los salones del Ritz justo a escasos metros.
“El arte de la narración convertido plenamente en vida y tiempo, y viceversa”
Proust falleció finalmente el sábado 18 de noviembre de aquel mismo año en su domicilio de la Rue l’Amiral-Hamelin (almirante, no el flautista). Su oscuro rostro sin vida quedó retratado por la cámara de Man Ray. Ese año había aparecido en las librerías el volumen “Sodoma y Gomorra”. El extenso En busca del tiempo perdido no se completaría hasta 1927. Su hermano Robert publicó los últimos volúmenes tras su muerte. Una novela que el mismo Proust comparaba con la compleja estructura de una catedral gótica. Una tarea creativa guiada por lo que el autor llamaba “memoria involuntaria”. ¿Una idea comparable a lo que tu Facebook llama de manera eufemística “recuerdos para rememorar”, o siquiera semejante a los pasajeros Instagram Live? Allá cada cual con su tarea personal de buscar el tiempo perdido en aquellos instantes donde la memoria viva cultiva, sin concesiones, la verdad, el bien y la belleza.
Tank Louis Cartier
Los números romanos en los cuartos no están ahí para ayudar a decir la hora, sino simplemente para honrar las raíces clásicas de la pieza. Un nuevo patrón geométrico segmenta la esfera con los diferentes tonos del color rojo. Caja de oro rosa con esfera lacada y correa de aligátor. El clásico calibre de la casa 1917 MC. Las dimensiones del reloj son 25.5mm x 33.7mm x 6.6mm.