Aunque ahora ya no parece extraordinario, fue realmente un paso inesperado y sorprendente. El rey de la haute joaillerie comenzaba su apuesta por la haute horlogerie. Belleza, formas, sensualidad, seducción, distinción, autenticidad. Y no nos referimos justamente al hecho de que la firma se mantenga en el top-3 de ventas del sector relojero —la primera de Richemont—. El joyero francés recuperó la locura. Y más belleza. Y más magia.
En 2008, algo comenzó a moverse públicamente en la división de relojería de Cartier. Cuando estallaba la crisis financiera internacional de las hipotecas “subprime” de Estados Unidos, nacía el Ballon Bleu con tourbillon volante y el calibre 9452 MC, el primer movimiento de la firma con la certificación del Punzón de Ginebra. Alta complicación y un paso firme con sello de manufactura. En aquel momento, Bernard Fornas, CEO de Cartier desde 2002 tras la salida de Perrin, definía la alta relojería como “la búsqueda de la excelencia (…) la excelencia en todos sus términos, desde la creación hasta los detalles y la manufactura de las piezas”. Así llegarían en años consecutivos el Cartier ID One (su primer reloj concepto, 2009), el Astrotourbillon (2010), el Astrorégulateuer (2011), el ID2 conceptual (2012) y el Double Mystery Tourbillon (2013).
Iconos y más formas
Tras la envidiable herencia del Tank, Santos, Pasha… la maison parisina, bajo el paraguas de Richemont, sacaba partido a las instalaciones del grupo para manufacturar en el cantón de Ginebra —solo así pudo haber obtenido su primer Punzón—. Y, a partir de entonces, llegaron más movimientos, sofisticada ingeniería y desarrollo innovador como la espiral de Zerodur en cristal de carbono, o implementar una reserva de marcha de 32 días. Un proyecto que, como confesó Fornas, empezó realmente en 2005 con el objetivo de convertirse en manufactura integrada verticalmente que materializara su espíritu platónico y el savoir-faire en certero know-how relojero con mayor futuro y reconocimiento, sin que su virtud como joyero fuera una bella etiqueta de refinada exclusión o reproche en el seno de la alta relojería.
¿Y quién se convirtió en directora de creación de movimientos justamente en 2005? Carole Forestier-Kasapi, que había estado fabricando relojes en Cartier desde 1999. Voilá! Ella y el departamento de ingenieros y relojeros fueron los responsables de comenzar a crear los nuevos calibres para Cartier en la manufactura La Chaux-de-Fonds, donde ya en 2001 comenzó a unir todos los oficios, desde la creación hasta la producción de relojes.
Sin extendernos en mayor preámbulo, podríamos decir que el joyero francés se volvió loco y ahora recupera su maravillosa locura. Y aunque luego la firma volvió a su ilustre pasado para impulsar sus piezas más icónicas (y comerciales) bajo la dirección de Cyrille Vigneron, éste también supo mantener viva la llama que alentaba esta iniciativa rupturista. Ahora con Marie-Laure Céréde al frente de la división relojera, renace un set de tres piezas realmente significativas con las que Cartier alcanzó el clímax dionisíaco en su relación con el tiempo. Un cofre extraordinario “Set Icône” de edición limitada (5 cofres) con tres Rotonde de Cartier de cuerda manual en platino: un Astromystérieux, el Astrotourbillon y un Esqueleto Doble Tourbillon Misterioso.
El Astromystérieux es una interpretación nueva de la combinación del tourbillon con el reloj misterioso, un ejercicio técnico de Cartier que nacía 1912. Han reducido a la mínima expresión los engranajes para alcanzar mayor cota de transparencia y sensación de ingravidez. Órgano regulador, tourbillon, barrilete, volante y ruedas giran en un invisible disco de zafiro. Un universo que gira sin conexión aparente entre el mecanismo y la caja del propio reloj. Este Astromystérieux mide 43.5 mm y porta el calibre 9462 MC con una frecuencia de 21,600 alt/h y 55 horas de reserva de marcha. Destaca su cabujón de aguamarina y piel de aligátor.
El Astrotourbillon, en cambio, es una moderna complicación que nacía en 2016. Imaginado como diseño estético radical, la jaula del tourbillon se ubica por encima de él y no en el propio dispositivo a la manera clásica. Y el eje de la caja del tourbillon mantiene un eje de rotación particular que se ubica en el centro del movimiento. Un esqueletado con los índices romanos como soporte aquitectónico. Una pieza de soluciones técnicas sumamente ingeniosas. Es la pieza más grande con 47 mm de diámetro y un grosor de 14.9 mm. Monta el calibre 9461 MC de 21,600 alt/h y 48 horas de reserva de marcha. Su corona perlada presenta un cabujón de aventurina.
Y, finalmente, el tercero en concordia recupera el virtuoso dinamismo hipnotizador del Esqueleto Doble Tourbillon Misterioso. En el 2013, apareció el primer calibre de este tipo. El espectáculo visual del tourbillon que vuela sin conexión con los engranajes. Una vuelta cada sesenta segundos y otra revolución del segundo tourbillon completada en cinco minutos. Y sobre juego central misterioso, una esfera esqueletada con números romanos más estilizados y el contador de horas y minutos descentrado a las 12 h. Una pieza también grande de 45 mm que late a 21,600 alt/h gracias al calibre 9565 MC con 52 horas de reserva de marcha. Su cabujón es de jade.
Set Icône de Rotonde de Cartier
Estas tres maravillas llegan en una caja mágica. Es un trabajo de marquetería de madera, uno de los trabajos también apreciados por la firma. El cofre presenta un dibujo de tres espirales superpuestas con una lente que permite visualizar la esfera de cada reloj. Esos pequeños-grandes detalles de Cartier que nos hacen soñar como niños. Incluye funda de viaje y un par de gemelos con piedras intercambiables (sodalita, jade y cuarzo azul). Si el joyero francés recuperó la locura, nosotros también podemos hacerlo para admirar sin recato lo que puede realmente llegar a fascinar.—Leslie López