Existe un dicho libanés que reza: “Se necesita una mente poco usual para analizar lo que es usual”. Este principio puede ser aplicado a la historia de un muchacho llamado Jean, quien alrededor de 1930, se atrevió a reinventar lo que parecía perfecto. Hijo de Ettore Bugatti (empresario italiano fundador de la firma automovilística Bugatti), Jean dedicó una parte de su juventud a diseñar diversos autos a escondidas de su padre, entre los cuales destacó el modelo llamado Aérolithe, cuya principal característica era su diseño: la unión de dos piezas a través de una ingeniosa espinal dorsal remachada. Sin embargo, se fabricó en magnesio, material inflamable que impedía el trabajo de soldadura. Poco después de su presentación en 1935, el auto hizo honor a su nombre y desapareció tan rápido como apareció.
La primera característica de esta pieza es su caja hecha totalmente de titanio, metal que se encuentra en la mayoría de los cuerpos celestes que atraviesan la atmósfera terrestre. Para lograr su perfecta cohesión, se recurrió al láser en puntos donde el mecanizado convencional habría fallado. Debajo de la corona y los pulsadores, el anillo intermedio muestra un motivo de “punta diamante invertida”, imposible de realizar con las técnicas habituales.
La esfera de dos partes permanece en la parte inclinada del bisel, donde hallamos indicaciones que hacen referencia a las prestaciones de los autos Bugatti actuales.