El límite a la pericia de los relojeros tiene un nombre: sonería. Es la especialidad más complicada y, por ello, la más estimulante. Al igual que hemos vivido en temporadas anteriores el auge del tourbillon y los modelos ultraplanos, ahora nos encontramos en la edad dorada de los relojes de sonería. Nunca hasta la fecha se habían producido tantos. Bajo el término de sonería se incluyen todos aquellos modelos que indican la hora mediante señales acústicas. Como ocurre tantas veces en relojería, su invención es tan antigua como la industria. Existe el consenso de otorgar al relojero inglés Daniel Quare la autoría de este mecanismo a finales del siglo XVII. A falta del documento de patente, el rey Jacobo II de Inglaterra le concedió el título de su creador en 1686.
La creación de Quare, al igual que las sucesivas de otros relojeros, reproducía el sistema de los relojes de gran tamaño, con un mecanismo compuesto por un martillo y una campana. Esta distribución se mantuvo hasta que a finales del siglo XVIII Abraham-Louis Breguet desarrolló el dispositivo de timbres alrededor del mecanismo, solución que, además de conseguir un sonido bastante mejor, permitía reducir el grosor. Dos siglos más tarde el diseño de Breguet sigue siendo el mismo que el empleado por casi la totalidad de modelos fabricados hoy en día.
El dispositivo de funcionamiento de una repetición de minutos, la sonería más habitual, es relativamente sencillo. Lo complicado es conseguir que suene realmente bien. El proceso comienza con una ‘lectura’ de la hora en el instante que activamos el pulsador o el gatillo. En ese momento hay tres caracoles, uno para las horas, otro para los cuartos y un último para los minutos, que indican la posición correspondiente del tiempo de acuerdo al tren de ruedas del movimiento. La información proporcionada por estos caracoles es transmitida a los martillos encargados de golpear sobre los timbres que rodean al calibre.
Este sistema de caracoles requiere dos elementos para su correcto funcionamiento. Por una parte, tiene que asegurar que la secuencia se dicta completamente, por lo que funciona como un dispositivo de ‘todo o nada’. No hay modo de evitar que la secuencia se pare a la mitad por falta de energía. Además, tiene que conseguir que no haya interrupción temporal en la sucesión de tañidos. En los primeros minutos de la hora, por ejemplo, cuando no hay primer golpe de cuartos, tiene que evitarse el silencio entre la secuencia de horas y minutos. Los relojeros se han servido para ello de una pieza denominada ‘misteriosa’, aunque algunas firmas como Jaeger-LeCoultre están probando con soluciones propias como la llamada ‘torre infernal’.
El material y forma de los timbres y martillos son también fundamentales. Hay una norma común en la cual se señala que una mayor superficie de contacto asegura un mejor sonido. Este campo queda abierto a la imaginación y pericia de los relojeros, donde no faltan soluciones más imaginativas como la forma estrellada de los timbres de Parmigiani o el impulso catapulta de los martillos ‘trébuchet’ de Jaeger-LeCoultre.
El siguiente paso es la propagación del sonido al exterior. En un repetición de minutos, la caja funciona como campana. En los antiguos relojes de sonería esta condición era más sencilla al permitirse las aperturas, pero este paso es hoy complicado en cajas herméticas. De nuevo Jaeger, una de las que más ha investigado, apuesta por hacer del cristal superior el canal de transmisión ligado a los timbres.
Una vez conseguido un buen sonido y su correcta propagación, queda por asegurar que la secuencia se realiza en un ambiente de silencio absoluto. Los mecanismos de sonería han contando desde sus inicios con un regulador en forma de áncora encargado de guiar el ritmo exacto de la melodía y evitar que se distorsionara por la pérdida de energía. Algunas marcas han experimentado con soluciones que evitan el sonido de rozamiento.
Pocas complicaciones como la sonería muestran un contraste tan grande entre la tradición y el potencial de evolución. Su construcción es tan complicada que hoy en día sólo está en manos de unos pocos. En el caso de Patek Philippe, sólo 25 de sus 60 maestros poseen la capacidad para fabricarlas. El relojero que elabora un repetición se encarga de todo el proceso, desde el ensamblaje hasta la decoración y el afinamiento. El momento clave es la elaboración del timbre. Para su fabricación, el artesano parte de un hilo de acero en bruto que curva y endurece en un proceso térmico. Una vez alcanzada la dureza para conseguir un sonido potente, toca afinarlo mediante pequeñas eliminaciones de material con una lima.
Hasta ahora la mano del hombre se hace necesaria en todo el proceso. Las casas más tradicionales como Patek o Vacheron Constantin siguen manteniendo este procedimiento. Sin embargo, el deseo de innovar ha llevado a otras firmas a apostar por soluciones tecnológicas. Las vías de investigación incluyen todos los aspectos, desde la forma de los componentes y el material hasta los instrumentos de medición. Aunque la tradición nos indique lo contrario, todavía hay mucho espacio para evolucionar. Como nos demostró Audemars Piguet en el SIHH de 2015 con su prototipo Royal Oak Concept RD#1, con un sistema de resonancia que permite escuchar la secuencia de repetición a una distancia de quince metros, algo inaudito hasta ahora. (Por Andrés Moreno)
Mañana: La magia de la sonería II: Guía básica de sonidos relojeros